miércoles, 1 de diciembre de 2010

Una lección vital (23-25/11/10)

La semana pasada he vivido una de las experiencias que siempre recordaré en mi vida. El martes, como ya he comentado, fuimos a una comunidad cafetalera para convivir con familias campesinas. Un miembro de cada familia que iba a acoger a un joven estaba esperando en el albergue de Venecia. Nos sentamos todos (jóvenes y familias) en un círculo. Tenía miedo por la incertidumbre de no saber con quién, dónde, ni en qué condiciones iba a dormir esa noche; pero a la vez era emocionante ver cómo los miembros de las comunidades nos miraban ilusionados a pesar de la larga espera (llegamos a las 7 de la tarde y nos llevaban esperando desde las 3). Fueron ellos los que se levantaron y escogieron al joven que iba a quedarse en su casa. A mí me eligió Monchita agarrándome fuerte del brazo.
Rápidamente comenzamos a hablar y me presentó a su hijo Erwin, de 13 años, que andaba también por allí. Pronto supe que mi familia no iba a ser tan numerosa como la de la mayoría de mis compañeros. Monchita vive sola con su hijo. Tiene otras dos hijas de 21 y 17 años que viven con sus maridos en otra casa. El padre de estas dos niñas abandonó a Monchita cuando se fue a trabajar a Estelí. El padre de Erwin vive en San Jerónimo, la comunidad en la que me instalé, pero con su otra familia.
Después de cenar en el albergue, el microbús nos acercó hasta nuestras respectivas casas. Y a oscuras llegamos a través de un pequeño sendero a la que sería mi casa durante dos días. “Está es mi casita humilde”, me dijo Monchita mientras abría la puerta. El espacio más grande hacía las veces de salón y gallinero, a la izquierda la cocina con el fuego encendido, y a la derecha dos habitaciones separadas por una cortina. Una de ellas la tenía cuidadosamente preparada para mí, con mosquitera incluida.
Erwin alucinaba con mi cámara de fotos, les enseñé las fotografías que tenía de los días anteriores en el volcán Mombacho, en Granada,... y las miraban muy atentamente. Él nunca habían viajado a esas zonas de su país a tan sólo unas horas de su comunidad.
A la mañana siguiente me despertó el gallo que más cerca he oído cantar nunca. A las 6 ya estaba en pie, desayuné un trozo de pan (una especie de bizcocho) y un café. Monchita tenía encendida la radio a todo volumen, “siempre la escucho porque me gusta estar bien informada”, me dijo.
Después de ayudar a Monchita a barrer la casa, nos fuimos a cortar café con las cestas colgadas del hombro. Yo pensaba que íbamos cerca, pero nos esperaba unos 20 minutos de subida por una montaña llena de maleza y barro. No sé cómo conseguí no caerme. El cultivo del café no tenía nada que ver con lo que yo me había imaginado: hay algunas plantas de café enormes (no sé por qué yo me imaginaba que serían pequeñas y que estarían en un terreno llano) y los granos, que por cierto no son negros, están recubiertos por una pulpa roja. Estuve cortando café con madre e hijo durante 3 horas, empecé con muchas ganas pero era complicado cortar café al ritmo de Monchita. Y mientras trabajamos intercambiamos realidades. Monchita me contó cuanto le pagaban por el café, hablamos de costumbres en España y en Nicaragua, de los nicaragüenses que emigran a España o a Costa Rica... Los miembros de esta comunidad y de muchas otras en Nicaragua, a pesar de ser humildes, se tienen una capacidad de expresión digna de admiración.
Al bajar del cafetal nos pasamos por la despulpadora de su hermana, que es la que utiliza toda la comunidad. Allí recuperamos fuerzas con un café, despulpamos el café y compartimos un rato con el secretario del poder ciudadano, que me contó cómo funciona esta sistema de participación ciudadana. Al llegar a casa conocí a una de las nietas de Monchita, Dariela de 4 años, que cogió rápido confianza conmigo, se agarró de mi mano y paso que yo daba lo daba ella también.
Por la tarde fui con Lola, una de mis compañeras alojada en una casa vecina a la mía, al campo donde los niños más mayores juegan al béisbol. Nos guiaron unos 15 o 20 niños de la comunidad que no se despegaron de nosotras en todo el rato. Uno de ellos me obligó a ir a su casa para hacerle una foto a toda su familia y me pidió que se la mandase por correo.
Por la noche, nos reunimos familias y jóvenes de nuevo en el albergue para evaluar la experiencia. Más de un nudo se me hizo en la garganta escuchando las historias de mis compañeros. Y es que conmueve ver cómo personas que no tienen nada, te lo dan todo. Esa noche fui con Erwin a la venta (una pequeña tienda que había en la cooperativa de la comunidad) a comprar lo que le había encargado su madre, lo justo para la cena de ese día y el desayuno del siguiente. Y compró también dos bolitas de chocolates, se comió una y la otra me la dio a mí. La tengo guardada para no olvidar lo que sentí en ese momento. A la mañana siguiente se me volvía a caer el alma a los pies cuando mientras desayunaba me dijo “nos va a hacer falta cuando se vaya”. Es increíble los vínculos tan fuertes que se pueden establecer en tan sólo dos días. Y como era de esperar el jueves, después de la actividad con todo los niños de la comunidad, me monté en el autobús para dejar la comunidad llorando. Monchita y Erwin me escribieron una carta de despedida, les prometí que les iba a mandar las fotografías que habíamos hecho esos días y Erwin me pidió que lo llamara por teléfono algún domingo, que es cuando sube con su móvil a una colina donde coge cobertura para recibir llamadas.
Experiencias como estas son las que le dan el verdadero sentido al programa en el que estamos participando y las que hacen que nuestro compromiso sea aún más fuerte.

Voy con mucho retraso en las entradas de blog después de esta semana de incomunicación. Mañana tenemos día turístico, nos hace falta después de dos días de charlas en la Procuraduría de Derechos Humanos y en la Asamblea Nacional en Managua.

5 comentarios:

  1. Muy bonito y emocinante. Nos gustaría estar contigo ahí y conocerlo de cerca.

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  2. Mari Angeles: gracias por lo que escribes en el blog, nos haces emocionar contigo ¡Que bien nos vendria a muchos conocer todo eso para valorar lo que tenemos¡.Leo todo incluido lo de tus compañeros,y las fotos son muy bonitas.Un abrazo fuerte,muchos besos y disfruta.
    Tu madre.

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  3. Increible Mari Angeles!!!!Disfruta de una experiencia que poca gente tiene la posibilidad de vivir. Narra de esta manera tan maravillosa y los que estamos a miles de kilómetros podremos sentir una parte de lo que tu sientes. Un abrazo.

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  4. Precioso y emocionante relato MªÁngeles!

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  5. Estoy seguro que jamás olvidarás esa experiencia, disfrutalá, Besos

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